martes, 8 de octubre de 2013

La Vela



La vela
Había en la ciudad un hombre de setenta años que pertenecía a la más rancia nobleza del país. De entre su numerosa servidumbre había depositado toda su confianza en un anciano ciego que, además de ser el músico que entretenía sus largos ratos de ocio, era su confidente.
En una de las tediosas tardes en las que conversaba con el anciano, el noble dijo lamentándose:
─¡Qué pena! Tengo todos los medios para estudiar algo útil, pero mi edad es tan avanzada que ya no puedo emprender la lectura de libros importantes. Es demasiado tarde para eso.
─¿Por qué no enciende la vela? ─le dijo el viejo músico.
El noble se quedó perplejo ante la expresión de su siervo. ¿Su empleado trataba de mofarse de él?
─¿Cómo te atreves, osado, a bromear con tu señor? ─le gritó el noble con evidente irritación.
─Jamás bromearía un pobre músico ciego como yo con las angustias de su señor ─contestó el anciano─. Nunca me atrevería a una cosa así. Pero, présteme un poco de atención.
El noble se calmó y el músico ciego continuó:
─He oído decir que si un hombre estudia en su juventud, se labrará un futuro brillante como el sol matinal; si estudia cuando ha llegado a una edad mediana, su futuro será como el sol de mediodía; y si empieza a estudiar en la ancianidad, su futuro brillará como la flama de una vela. Aunque la luz de la vela no es muy brillante, es preferible esa tenue claridad que andar a tientas en la oscuridad.
Ese mismo día el noble comenzó a estudiar.

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