Para gente de 65 y más
No seas ahorrativo. Los años que te quedan son pocos y, lo más seguro, es que no vivirás lo suficiente para disfrutar de lo que guardas. Además, cuando te vayas… ¡no te llevarás nada!
Compra lo que necesites: lo indispensable, lo necesario y, si puedes,… ¡hasta lo superfluo! ¿Por qué no? Hay hobbies y ciertos lujos que te puedes regalar sin que tu conciencia sufra menoscabos.
Disfruta al máximo todo lo disfrutable. Y una cosa: de vez en cuando haz algunos donativos. La generosidad da al donador satisfacciones tan intensas y tan duraderas, que se verán reflejadas en salud emocional y en paz interior.
No te preocupes pensando cómo te recordarán cuando te mueras. Ya fuera de este plano las alabanzas y las críticas no significarán nada. El secreto de la vida es vivir el presente ─¡Aquí y ahora!─. El pasado ya no existe y el futuro no ha llegado.
Deja de angustiarte por el futuro de tus hijos. Ellos tienen su destino y deben encontrar por sí mismos su camino. Ya los cuidaste, ya los educaste y, si les diste buena formación, se van a desarrollar con tino y en libertad. Los hijos son como los aviones: están más seguros en tierra, pero fueron hechos para volar.
Si trabajaste lo suficiente cuentas con un patrimonio que te permitirá vivir con decoro y dignidad. ¡Pero hasta allí! Deja de seguir pensando en obtener ingresos. Podrías estar cambiando salud y tranquilidad por dinero; o sea, pan por tortillas duras. La vida tiene cosas más importantes que hacer que pasártela trabajando desde la cuna hasta la tumba.
No esperes mucho de los hijos. La vida de hoy los tiene tan atareados con sus empleos y sus compromisos, que sus afanes no los dejan apoyarte. Confía en que la formación que les diste no permitirá que te den la desdicha de enterarte que pelean por tus bienes. Y, sobre todo… ¡que lo hagan cuando todavía estás vivo! Es triste saber que alguien espera nuestra muerte para heredar lo que fue nuestro.
Libérate de apegos y ambiciones. Aunque tengas mil hectáreas sólo puedes consumir un poco de arroz cada día; aunque tengas mil mansiones, ocho metros cuadrados son suficientes para descansar por las noches. Un poco de dinero basta para satisfacer las pequeñas necesidades que ahora tienes.
Trata de vivir en paz y contento. No te compares con otros midiendo tu fama y tu estatus social con los de ellos. No compitas tratando de demostrar que tus hijos están teniendo más éxito que los de tus parientes y amigos. Mejor reta a tus familiares y vecinos a ver quién es más feliz, quién es más generoso, quién es más tolerante.
No te preocupes por las cosas que no puedes cambiar. Eso no ayuda y sí puede estropear tu salud. Cultiva espacios que te produzcan bienestar y armonía. Expresa buen ánimo, mantente saludable cuidando lo que comes y participando en sesiones de sano esparcimiento.
Ten en cuenta que un día sin felicidad es un día perdido. La animosidad y el optimismo hacen que las enfermedades se mantengan lejos de ti y, si ya te abordaron, se curarán más pronto.
No te inclines demasiado por vestir a la moda. Más bien, usa atuendos tradicionales y serios. Si vistes y te peinas como lo hacen los jóvenes, te verás ridículo.
Mantente interesado por lo nuevo y por lo actual. No pierdas vigencia. Lee periódicos y escucha noticieros. Sé selectivo al ver televisión o al asistir al cine. Aprende a navegar por internet, crea y utiliza un correo electrónico, cómprate un buen celular y aprovecha sus múltiples funciones: no te conformes con hacer y recibir llamadas.
Cultiva un hobby: viaja, camina, trota, nada, cocina, lee, baila, pinta, colecciona.
Habla poco y oye más. Y sobre todo, no discutas con los jóvenes. Sus opiniones pueden ser muy diferentes de las tuyas; pero, este es su mundo. No salgas con la trillada expresión de «¡Hum! ¡En mis tiempos… ¡»
Si tienes dolencias y malestares ─a esta edad, ¿quién no las tiene?─ no hables demasiado de eso. Acaba por entender que tus enfermedades son problemas que tienes que ventilar sólo con tus médicos.
Convive con personas de tu generación; pero, no te la pases recordando tiempos idos. Más bien, crea situaciones de alianza y de complicidad con ellos para vivir nuevas aventuras.
No te refugies demasiado en tu religión. No hagas lo que muchos viejos que, conscientes de la vulnerabilidad que ahora padecen, se la pasen rezando e implorando protección. No caigas en ese fanatismo. Si eres un creyente sensato, estarás de acuerdo en que más pronto de lo que imaginas, podrás hacerle a la Divinidad tus peticiones cara a cara.
Con buen humor, ejercicio adecuado y una dieta inteligente, tal vez puedas disfrutar de otros pocos años de vida saludable y placentera.
Y por último, parafraseando a Benedetti, repite estos versos: «¡Aún tengo fuego en el alma y vida en mis sueños! ¡Cada día es un nuevo comienzo! ¡Esta hora es mi mejor momento!»