lunes, 8 de septiembre de 2014

Sabiduría vs Conocimiento


Conocimiento, creencia, sabiduría y erudición

Ser erudito no es lo mismo que ser sabio. No es la acumulación de conocimientos lo que convierte en sabio a una persona. Puede alguien no saber cuál es la velocidad de la luz, ignorar la fórmula del ácido sulfúrico o desconocer al autor de la Divina Comedia, y sin embargo, ser considerado un sabio. Porque, insisto, erudición y sabiduría no son sinónimos.

La sabiduría se realiza en el nivel de la conciencia; la naturaleza del conocimiento, en cambio, es sólo intelectual. El sabio siente latir la vida en su interior y expresa gratitud. Es consciente de lo afortunado que es por estar vivo; por eso la respeta la vida y la dignifica. Como la siente dentro, la reconoce fuera.

La preocupación del sabio no es acumular información: la sabiduría que posee surgió de forma espontánea como resultado del trabajo interior que realizó.

El conocimiento satisface al ego; la sabiduría acaba con él. Por eso la gente busca el conocimiento: porque piensa que teniéndolo adquiere potestad y alcurnia cultural. Pero aclaro: no estoy ninguneando al afán de saber. Lo que estoy diciendo es que la adquisición de conocimientos no debe servir para alimentar la arrogancia y la importancia personal. Abundan las personas andan en pos de conocimientos; en cambio, los buscadores comprometidos con la sabiduría son raros.

El conocimiento ofrece teorías sobre la verdad; la sabiduría contiene la esencia de la verdad. La ruta del conocimiento es de afuera hacia adentro; la sabiduría se descubre en el interior de la persona y se manifiesta en su comportamiento.

Conocimiento y creencia van de la mano: quien conoce comunica lo que sabe a los demás; y éstos, convencidos del  valor de la enseñanza, la atesoran. Pero… ¡cuidado! Si hay algo alejado de la verdad son las creencias.

Si las palabras de Jesús, de Buda o de Mahoma fueran aceptadas sólo porque se cree en ellas, el valor de esa enseñanza sufriría gran demérito. La verdad no es objeto de creencia: se sabe o no se sabe. Y si se sabe, la creencia no tiene cabida.

La creencia es una proyección tramposa de la mente. Hace que el creyente tenga la sensación de saber aunque viva en la ignorancia. Está presente en todas las religiones. Es barata y fácil de adquirir, porque no se corren riesgos. Creer en Dios, en la inmortalidad del alma o en la reencarnación, no aporta riqueza a la conciencia; porque todo esto se da a nivel superficial, no permea a lo profundo del ser. Por eso las bondades de las doctrinas no se manifiestan en términos de conducta observable en quienes las abrazan .

Son tan insustanciales las creencias que, al momento de la muerte, será bien poca la aportación que puedan hacer en favor de la comprensión de lo que verdaderamente sucede en esa difícil transición. Lo más seguro es que, cuando la fuerza vital nos esté abandonando, todo lo que creíamos acerca de la inmortalidad del alma, el concepto que de Dios forjamos en nuestra mente y lo que recordemos de la reencarnación y sus complicadas implicaciones, serán de poca ayuda.

Cuando la muerte nos diga que llegó nuestra hora, toda la estructura de conocimientos que edificamos, se vendrá abajo. Sentiremos en el alma un profundo vacío y en la mente nos martirizará la idea de que hemos desperdiciado miserablemente la vida.

La sabiduría, en cambio, es un fenómeno totalmente distinto. No es una creencia ni una referencia, sino una experiencia existencial. Poseerla hace que la propensión que se tiene hacia la creencia en Dios se convierta en deseo de conocerlo. Habiendo sabiduría, la inmortalidad, el renacimiento, el concepto de karma y toda esa parafernalia esotérica que tanto entusiasma a la mente, se convierten en una realidad que se saborea.

La sabiduría hace que se tome conciencia de la eternidad de la que estamos hechos. Ella nos ayuda a comprender que el nacimiento y la muerte no son otra cosa que puertas por las que se entra y se sale de los diferentes planos de manifestación que tiene la vida. Cuando la sabiduría despierta en nosotros, recordamos que hemos estado aquí muchas veces en diferentes cuerpos: hemos sido roca, árbol, pájaro, mujer u hombre… Dicho de otro modo: la vida no es más que una oportunidad permanente que se nos ha dado, para experimentar la verdad desde diferentes plataformas de experiencias. Con la sabiduría tendremos la certeza de que lo que cambia es la forma, lo superficial; y nos daremos cuenta de que la conciencia, lo esencial, es eterno.

Saber es ver; creer es imaginar. Por eso, para los auténticos maestros, para los verdaderos sabios, las creencias son asignaturas que no aparecen en sus planes de estudio. Su mayor preocupación ─y ocupación─ es ayudar a los seres a ver.

Creer es vocación y profesión de sacerdotes. La creencia convierte a las personas en cristianos, hindúes, musulmanes o judíos, y hace que desatiendan su verdadera identidad: la de ser seres que, de momento, están viviendo la experiencia de ser humanos. Saber es herramienta de genuina realización. La sabiduría no se adquiere leyendo textos sagrados ni conociendo verdades reveladas: se descubre en el interior del ser… ¡Siempre ha estado allí! Es como un hermoso mural desconocido en el que están inscritos todos los versículos, todos los suras, todos los cánones, todos los Gitas y todos los Dhammapadas. ¡Nuestra tarea es develarlo!

OSHO

1 comentario:

Anónimo dijo...

La sabiduría es conocimiento, pero de Dios.